domingo, 27 de noviembre de 2011

Periodo Azul de Picasso

Picasso en París a los 23 años (1904)

La época de Picasso que me dispongo a narrar, sucede a caballo entre Barcelona y París, culminando con el definitivo traslado del artista a la capital francesa en 1904.

En un tiempo en el que Henri Matisse estaba experimentando con lo que después se conocería como Fauvismo, estilo caracterizado por la simplicidad de las formas y los colores llamativos, Pablo Picasso comenzó a retratar rostros y situaciones cargados de pobreza y melancolía, y todo ello sugerido a través de una paleta fría y casi monocroma. La obra en la que se comienza a perfilar dichos rasgos de la pintura de esta época es La bebedora de ajenjo. Sin embargo al Periodo Azul le dan la bienvenida cuadros como La entrevista (Las dos hermanas), cuyo boceto ya lo trazó en 1901.

La bebedora de ajenjo, 1901. El desasosiego que esta escena transmite será explotado a lo largo de todo el periodo. Aquí vemos ya el predominio de distintos tonos de azul que intentan enmarcar la expresión angustiosa de esta mujer, hacia cuyo rostro, para añadirle más dramatismo a la escena, trepan sus dos enormes y delgadas manos.

Las dos hermanas, 1902. El color azul inunda esta obra. Se trata de dos mujeres, una de ellas con un bebé en brazos al que solo le podemos ver la mano y parte de la cabeza, cuyas figuras reflejan abatimiento y desesperación, pero que intentan darse consuelo la una a la otra. La angustia sobrecogedora de esta imagen se complementa con sus vestiduras (túnicas o mantas para protegerse del frío, pies descalzos y cabeza cubierta por un pañuelo) y por el paisaje: una fría noche en lo que parece ser un patio de paredes desnudas. Gracias a esta descripción gráfica, podemos afirmar que son dos reclusas de la prisión femenina de St. Lazare (París), a la que Picasso tuvo acceso en 1901 y donde quedó impresionado por tal desconsuelo.


Sin lugar a dudas, el punto culminante de esta etapa lo marcó La vida, pintado en 1903. En este lienzo, la maestría del Periodo Azul alcanza sus cotas más elevadas, ya que la soledad y pobreza de los personajes, de apariencia fría, se muestra a través del patetismo de los cuadros que Picasso representa al fondo de la escena. En primer lugar, es importante destacar que la figura masculina de la izquierda se trata de un retrato del amigo del artista, Carlos Casagemas, que se había suicidado dos años antes en París. El sereno y melancólico aspecto que transmiten los personajes es perfectamente compatible con el drama de sus miradas, que están contando una historia. Los trémulos y pálidos cuerpos desnudos que se abrazan a la izquierda guardan una inquietante distancia, resaltada mediante la mano del varón, con la firme mujer de la derecha que sostiene en brazos un bebé. Y es en esa distancia donde se muestra el tormento interior de los personajes, gracias a los dos grandes lienzos que inundan la lúgubre estancia. En definitiva, la obra se presenta como una ventana a la que el espectador puede asomarse y trazar el hilo argumental de una tragedia basada en las sensaciones que el cuadro provoca.

La vida, 1903.

Los pobres a la orilla del mar, 1903.

El guitarrista ciego, 1903.

La planchadora, 1904. En esta escena y en la anterior los personajes comparten la misma postura, una patética contorsión de sus delgados cuerpos que hace que el espectador viva el dramatismo de la obra.

La Celestina, 1904.

Hemos asistido a los tres años de la vida de este gran artista en los que la monocromía de su paleta fue capaz de impregnar el lienzo de un amplio abanico de sensaciones. En 1904 se traslada definitivamente a París, y a partir de entonces dejará de representar estos personajes cargados de miseria para dar paso a un mundo mucho más alegre inspirado en la vida circense, dando fin al Periodo Azul.

domingo, 30 de octubre de 2011

Picasso dando sus primeros pasos

Picasso en 1896, a la edad de 15 años.

Pablo Ruíz Picasso nació en Málaga, y allí comenzó a asistir a la escuela a los cinco años. La enseñanza secundaria la tuvo que retomar en La Coruña, puesto que toda la familia se mudó a esta ciudad a causa del nuevo empleo de su padre: profesor en la escuela de arte "La Guarda", donde enseñaba a su hijo. Sin embargo, Picasso completaba su formación artística en la Escuela Provincial de Bellas Artes de Barcelona, a la que estuvo asistiendo durante dos años desde 1895. Es en esta época donde ya podemos observar la grandeza del artista desde una edad tan temprana. Los lienzos en los que figuran numerosos rostros a modo de estudio de cabezas humanas son de una calidad sublime cuya autoría pocos asocian a un niño de catorce o quince años.

Retrato del padre del artista, 1896.

Retrato de la madre del artista, 1896

Primera comunión, 1896

Ciencia y caridad, 1897

Evidentemente, estas obras poseen el academicismo propio de alguien que está dando sus primeros pasos en la pintura. La relación entre ellas y el sello de identidad del autor podría ser el predominio de los tonos ocres y la pincelada gruesa. Como vemos, el estilo por el que Picasso pasó a la posteridad como uno de los más grandes en la historia del arte no surgió de la nada, sino que fue el resultado de un proceso. Picasso se creó a sí mismo, y es ahí donde reside su arte.

En 1897, el padre de Picasso envió a su hijo a Madrid, a la Academia Real de Bellas Artes, pero el pintor, decepcionado con el curso, prefería copiar a los grandes maestros de las obras expuestas en el Museo del Prado a asistir a clases, por lo que abandonó sus estudios al años siguiente. De este modo, y aún sabiendo que se podría enfriar la relación con su padre, que siempre había empleado todos sus recursos en una formación académica para su hijo, Picasso decidió emprender su propio camino como artista independiente sin haber cumplido aún los 17 años.

Pablo eligió Barcelona como sede de su formación, sintiéndose atraído por el desarrollo artístico de esta ciudad, que no se había quedado anclada en la tradición académica de Madrid. En la capital catalana no le costó hacerse un hueco, puesto que ya poseía una cierta reputación gracias a sus cuadros Ciencia y caridad y Primera comunión, que habían sido expuestos en Madrid.

Allí, comenzó a asistir a las tertulias del café "Els Quatre Gats" (Los Cuatro Gatos), un local de artistas fundado por algunos líderes del Modernismo donde se celebraban exposiciones periódicas. Una vez establecido en Barcelona, comenzó a viajar a París. El artista por el que más se sintió atraído fue Toulouse-Lautrec, adoptando su técnica en obras como Le Mouline de la Galette.

 
Le Moulin de la Galette, 1900

Como consecuencia de estos viajes periódicos a París, Picasso aprendió y se dejó influenciar por artistas como Monet, Gauguin, Van Gogh, Pissarro o Degas. Sin embargo, no se limitaba a copiar el estilo de cada uno de ellos, sino que lo adaptaba a sus esquemas mentales y lo plasmaba sobre el lienzo creando nuevas combinaciones con un sello propio. La obra con la que culmina esta primera época, conocida como Estado Pre-Picassiano, es Pierreuse, la mano sobre el hombro, protagonizado por una figura descentrada e inclinada hacia el espectador en la que podemos apreciar una lucha armoniosa entre los pinceles de Van Gogh y Gauguin.

Pierreuse, la mano sobre el hombro, 1901

domingo, 23 de octubre de 2011

Comienza el recorrido por su vida...

Desde que creé este blog he intentado atrasar la redacción de una o varias entradas dedicadas al más grande dentro de la pintura contemporánea. La razón es simple: no me atrevía, y no me atrevía porque no me veía capacitada, o con el conocimiento necesario, para abordar toda su obra. Tenía y sigo teniendo miedo.

Pero hoy siento que ya ha llegado el momento: no puedo seguir escribiendo en un blog de arte contemporáneo si él no está presente en el archivo de mis entradas. Es imposible.

¿Por qué? ¿Quién es? ¿Es acaso el padre de toda la pintura contemporánea? No ¿Es la clave sin la cuál no se entiende el resto? Casi. Es el artista que concentra todos los estilos contemporáneos en su persona, creando uno propio y reinventándolo continuamente. Es el artista que puso todos los "ismos" al servicio de su obra. Él es la esencia del arte del siglo XX, y, además, uno de los más destacados en la historia del arte universal.

Equiparable a Miguel Ángel en el Renacimiento, se encuentra Picasso en el siglo XX, y aquí comienza el recorrido por su vida y obra...



martes, 6 de septiembre de 2011

La impresión del Impresionismo

 Impresión, sol naciente, 1873

"¡Ay! Fue fatigoso el día en que, en compañía del paisajista Joseph Vincent,... osé entrar en la primera exposición de los impresionistas. Mi amigo no presentía nada malo al visitar la exposición. Creía que allí había pintura buena y mala, más bien mala que buena, pero no esperaba tales violaciones al arte, de los viejos maestros y de la forma. En fin, ¡forma y maestros! Ellos ya han cumplido, pobre amigo mío.

De eso nos hemos encargado nosotros... A Monet le estaba reservada la ultima estocada. "Mira, alli está", se le escapó ante el cuadro Num. 98 ¡Irreconocible, el preferido del Papa Vincent! Pero, ¿qué es lo que se está representando? Mire usted en el catalogo. "Impresión", ya lo sabía yo; yo estoy impresionado, así que debe tratarse de una impresión... ¡Qué libertad! ¡Qué ligereza de trabajo! ¡Un tapiz en estado primario está más elaborado que esta marina!"

Acabáis de leer el origen del término Impresionismo, que a partir de este documento quedó fijado para la posteridad. Se trata de la crítica que escribió el periodista Leroy para una revista satírica tras haber visitado la primera exposición de los que después de denominarían impresionistas.

Dicha exposición tuvo lugar en la galería Nadar el 15 de abril de 1874. Treinta artistas independientes participaron en ella, entre ellos Renoir, Cézanne, Pissarro, Gautier y Monet. Este último expuso nueve lienzos, pero el protagonista de la crítica de Leroy fue Impresión: sol naciente.

Campo de amapolas en Argenteuil, 1873. Expuesto en la Galería Nadar.

El boulevard des Capucines, 1873. Expuesto en la Galería Nadar.

La crítica de Leroy no se alejaba en absoluto del sentimiento que estas pinturas produjeron en los visitantes de la exposición. Tres mil quinientas personas se rieron de la obra de estos artistas y bromearon con su técnica, siendo el perfecto ejemplo del clasicismo de la época y de la rígida tradición pictórica impuesta desde la Academia. Cuando el Impresionismo tuvo su merecido reconocimiento entre la sociedad, Leroy se jactaba de haberle otorgado un nombre a este interesante movimiento.

Los impresionistas, a diferencia del arte oficial, no pretendían añadir un trasfondo moral a su obra, simplemente captaban la realidad tal y como la veían, imprimiendo el movimiento, la luz y el color de la época en sus lienzos. Se trataban de estampas de la vida cotidiana, estampas casuales, sin poses ni artificios, solo fotografías de la nueva sociedad.

El columpio, Renoir, 1876

 El molino de la Galette, Renoir, 1876

El barreño, Degas

La orquesta de la ópera, Degas

Cuando estos artistas se percataron de que sus ciudades se estaban poblando progresivamente de industrias, puertos y estaciones de ferrocarriles, tuvieron la inquietud de plasmarlo en su obra (Impresión: sol naciente), hecho favorecido por la fabricación de la pintura en tubos, que les permitía pintar al aire libre. Con pinceladas sueltas de toques yuxtapuestos y sin ningún refinamiento posterior, creaban auténticas maravillas. Era de esperar que la sociedad urbana que se estaba germinando en esas ciudades de reciente industrialización terminara por aceptar con agrado la obra impresionista, pues simplemente se trataba de la obra de un nuevo tiempo, del anuncio de un nuevo ciclo en la historia del arte.

Tres lienzos pertenecientes a la serie Catedral de Rouen, Monet, 1892-1894. Entendemos perfectamente con esta pequeña muestra de la extensa serie de dicha catedral la fijación de los impresionistas por captar el movimiento de la luz. El objetivo de Monet con esta serie era dar a entender cómo un mismo objeto puede variar tanto dependiendo de la hora del día en que se contemple, es decir, dependiendo de la cantidad de luz que incida sobre él. Para su realización alquiló una habitación con una ventana desde la que se pudiera contemplar la catedral, y comenzó a pintar así unos treinta lienzos, los cuales cambiaba cada dos horas, cuando ya consideraba que la catedral se había transformado lo suficiente debido a la luz. Este dinamismo de la pincelada suelta de Monet, así como el de la serie en general, es también un reflejo del dinamismo de la vida de la segunda mitad del siglo diecinueve.

Estación de San Lázaro, Monet

Rue Montargueil, Monet

Al contemplar un cuadro impresionista, lo que uno ve es una explosión de colores, donde las sombras se han sustituido por los colores complementarios del objeto iluminado, y lo que uno siente entonces es la vitalidad transmitida por el movimiento de la pintura. 

La Grenouillre, Monet

Mujer con parasol, Monet

En el río, Renoir

Cerca del lago, Renoir

Gabrielle con rosas, Renoir

El aperitivo de los Canotiers, Renoir

Repetición de la escena, Degas

La estrella, Degas

Y sé que en nuestra sociedad abundan los que, como Leroy, rechazan y se ríen de toda obra que se aleje de la imagen que tienen en sus mentes como modelo de las cualidades que debe reunir un cuadro para poder considerarlo bello. ¿De qué imagen hablo? Todo el mundo la conoce: aquella capaz de recibir la simple crítica de "qué bien pintado está esto". Y es triste, o, al menos a mi me entristece la cantidad de personas que se privan ellas mismas de disfrutar de otro tipo de belleza: la belleza impresionista, la belleza expresionista, la belleza cubista, la belleza fauvista o la belleza abstracta. Se desembarazan rápidamente de la obra que contemplan con un radical "no lo entiendo"; pero lo que en realidad no entienden es que, a lo mejor, no hay que entender, solo mirar. Mirar y dejarse llevar por los trazos impresionistas o mirar e intentar reconstruir un cuadro cubista o mirar y adentrarse en la selva de la abstracción... No saben lo que se pierden.

sábado, 16 de julio de 2011

Rockwell (II): el artista norteamericano del XX

Pero mi peor enemigo son las grandes ideas. Con demasiada frecuencia trato de pintar la GRAN obra, algo serio y colosal que cambiará el mundo... Pero me supera, está fuera de mi alcance... Aunque jamás cejo en mi empeño. Norman Rockwell.

El crítico de arte, 1955. Ilustración para la portada de "Saturday Evening Post".

Norman Rockwell es diferente, no es un pintor cualquiera, pero tampoco un ilustrador cualquiera ni un publicista cualquiera.

Nació en 1894 en Nueva York. A sus 14 años decide dejar la escuela y dedicarse a la ilustración, por ello comienza a asistir en Manhattan a clases de arte en la Chase School. Sin embargo, un año más tarde ingresa en la National Academy School, para luego trasladarse a la Art Students League. Con 17 años, ya ilustra su primer libro: "Tell-Me-Why Stories about Mother Nature", de C. H. Claudy.

Norman alquila un estudio que, en realidad, era una habitación de un burdel. A la edad de 19 se convierte en el director artístico de la revista "Boy´s Life", pero el verdadero despegue de su carrera comienza dos años más tarde, cuando el "Saturday Evening Post" publica su primera portada. Ese mismo año se casa con Irene O´Connor, profesora.

Scout at Ship´s Wheel, 1913

Mothers Day Off (Chico con cochecito de bebé), 1916

Esta portada sentó las bases del estilo que encandilaría a los estadounidenses: colores vivos, niños inocentes, y humor en la escena.

En 1918, Rockwell se alista en la marina, donde continúa realizando encargos para anuncios, portadas e ilustraciones. A su vuelta, siendo ya un ilustrador reconocido, llegó a actuar de juez en la elección de Miss América junto con otros profesionales de su oficio.

La hora del descanso (Time to Retire), 1924. Anuncio que la empresa de neumáticos Fisk le encargó a Rockwell.

En 1923, una crisis de autoconfianza le llevó a París, donde experimentó con el "arte moderno". La relación con su esposa Irene se iba tornando más fría, hasta que seis años más tarde se separaron. Una vez divorciado, viaja a California. Allí vivirá un apasionado romance con otra profesora, Mary Barstow, con quien se casará ese mismo año.

Damas, 1928. Ilustración para "Ladies´s Home Journal".

Ilustraciones (1936) para la edición centenaria del Heritage Press de "Tom Sawyer", obra de Mark Twain.

Ama a Ouanga, 1936. Ilustración para "American Magazine".

Chica leyendo el Post, 1941. Esta pintura se la dedicó a Walt Disney.

Entre 1941 y 1946, habiendo tenido ya los que serían sus tres únicos hijos con Mary, Rockwell narra en once portadas para el "Post" las aventuras de un soldado en la Segunda Guerra Mundial, para levantar la moral de los nacionales. El discurso de Roosevelt sobre las Cuatro Libertades (de la necesidad, del miedo, de expresión y de culto), le sirvió de inspiración para pintar cuatro lienzos que reflejasen las mismas. Se imprimieron millones de copias en formato cartel, mientras que las obras originales hacían un recorrido exponiéndose en varias ciudades. Gracias al circuito que realizaron, se salvaron de la destrucción cuando Norman quemó accidentalmente su estudio con las cenizas de su pipa.

Libertad de la necesidad, 1943.

Libertad de expresión, 1943.

Libertad del miedo. 1943.

Libertad de culto, 1943.

Para el número del Día de Acción de Gracias de 1951 del "Post", Rockwell pinta su portada más famosa: La bendición de la mesa. Rockwell comenzará a tratarse a causa de la depresión que sufría desde hacía ya muchos años. En 1959, su esposa Mary muere, pero dos años más tarde Norman se casa por tercera vez, a sus 67 años.

Día de los Inocentes: niña con tendero, 1948. Hay que observar detenidamente cada detalle de este lienzo (lástima que la calidad de la imagen no lo permita).

La bendición de la mesa, 1951.

Chica ante el espejo, 1954. El rostro de esta niña, a pesar de la ternura que pueda reflejar, está preguntándose por su futuro. La niña ha pensado que ya llegó el momento de dejar las muñecas a un lado y de coger los útiles de belleza. "¿Seré tan guapa como esta mujer de la revista?", parece que se pregunta.


El fugitivo, 1958.

Triple autorretrato, 1960. Es magnífico el realismo y el grado de detalle en los famosos autorretratos de la historia del arte que se sitúan a la derecha del lienzo que Norman está pintando.

El entendido, 1962. Esta obra surgió del deseo de Norman por experimentar con las técnicas usadas por Pollock en el expresionismo abstracto.

La obra de los últimos años de Norman Rockwell ya la comenté en la primera parte de esta entrada. Me permití alterar el orden cronológico para mostraros primero al Rockwell comprometido con la sociedad, es decir, el resultado final del impacto que el alistamiento en la marina y la Segunda Guerra Mundial tuvo en este gran artista. Indudablemente, su formación corre paralela a la realidad estadounidense de la época, que, reflejada siempre con la misma objetividad, servía unas veces de documento de denuncia y otras de orgullo.

Tiempo de grandeza, 1964.